La oscuridad oficial y el tenue rayo de luz en el túnel

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Pocas horas antes de los cambios en las jefaturas de importantes organismos del Estado, Panamá ya estaba sumido en la oscuridad. Un súbito apagón provocado por el estallido de transformadores y un incendio en una subestación de la Empresa de Transmisión Eléctrica (ETESA), fue el preludio de eventos que sacudirían a la población herida y victimizada por la incapacidad del gobierno de prever, ventilar y resolver situaciones de crisis.

El apagón sorprendió a miles de ciudadanos en las ciudades de Panamá y Colón, mientras el gobierno –agobiado por escándalos financieros internacionales– intentaba dirimir, tras bastidores, las contradicciones y viejas pugnas de grupos económicos para ampliar las cuotas de poder en el reparto del patrimonio nacional. De hecho, esa ha sido la prioridad en los últimos meses y no el fortalecimiento institucional y la rendición de cuentas de altos mandos que privilegian el interés privado sobre lo público.

Cuando el Centro Nacional de Despacho de ETESA estaba trancado y a oscuras, a causa de la contingencia, fueron emitidos mensajes electrónicos que anticiparon la renuncia de la ministra de Ambiente. Aunque aparentemente desvinculados entre sí, ambos eventos descritos dispararon las alarmas ante evidencias de improvisación, falta de liderazgo, deterioro de la gestión pública, corrupción, clientelismo político e impunidad de poderes fácticos al margen del clamor de transparencia y reivindicación popular.

Está claro que el gobierno navega sin norte y no está habilitado para anticipar catástrofes ni ambientales ni políticas, y dar un impulso a la autogestión del Estado en procura de un desarrollo sustentable. Miles de personas atrapadas en el Metro de Panamá o en carreteras sin luz ni agentes policiales o bomberos con reflectores, reconocen ahora que nunca fueron tomadas en cuenta en el manejo de crisis alguna, y de que los ciudadanos siguen expuestos al riesgo, e insatisfechos ante irónicos llamados oficiales a la tranquilidad.

El gobierno lució inmaduro e incompetente para responder a la emergencia pública, y busca a través del cambio de figuras una imagen de dinamismo que no tiene. El estilo presidencialista de abordar los problemas con las características de un show mediático, no ha dado resultados convincentes frente a las críticas justificadas de sectores y agentes económicos arrinconados. Por el contrario, los hechos acaecidos en los últimos dos años revelan falta de destreza en la cúpula para anticipar amenazas a la seguridad nacional, así como una carencia de canales de comunicación orientadores.

En el exterior, Panamá ha sido presentado como un “hub” logístico y un emporio de oportunidades comerciales. Pero poco se menciona la parálisis institucional, las contradicciones internas y problemas estructurales, como la ausencia de resguardo de instalaciones vitales, y la pérdida de talento humano a causa del clientelismo y el revanchismo. Tampoco se habla con objetividad sobre el impacto de los escándalos internacionales en la imagen reputacional del Estado, el cierre de empresas, la pérdida de empleos y el colapso judicial.

Más allá de un apagón físico que crispa los nervios, Panamá sigue envuelto en tinieblas y la población percibe que tras ese escenario de sombras puede surgir un indeseable desenlace de ingobernabilidad. Debido al nivel de riesgo aumentado, es imprescindible replantear un modelo de organización unitaria, con alternativas democráticas para vencer el proyecto de expolio del capital financiero que exprime a la población. Este es el momento preciso para empezar a desmontar el dogal opresor y generar las auténticas fortalezas nacionales y soberanas, y un desarrollo con equidad.

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