Graham Greene: “Ciudad Romero” (crónica)

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Campesinos salvadoreños que fueron refugiados en Panamá.
  • Uno de los más grandes novelistas del siglo XX, el inglés Graham Greene (1904-1991), tuvo entre sus amigos al general Omar Torrijos de Panamá. Sobre su amistad con él y con el escritor José de Jesús “Chuchú” Martínez, el autor de El poder y la gloria escribió un libro: Descubriendo al General (1984).

  • En uno de los pasajes más emotivos, Greene relata su visita en 1983 a uno de los lugares favoritos de Torrijos y de Martínez en aquellos años: Ciudad Romero, una aldea en la selva creada por campesinos salvadoreños, refugiados de la guerra. Los campesinos de El Salvador tienen siglos de estar escribiendo “poesía rústica”, como la llama Greene, quien recoge aquí un ejemplo entre millares. Las coplas campesinas no se publican: se cantan, por las bandas “tulún tulún” o las “chanchonas” del norte de El Salvador. Así es como un gran sector de gente iletrada en la región, escribe y transmite poesía sobre su propia historia.

Graham Greene
Fotografías de Isobel Harry
La Zebra | #6 | Junio 1, 2016

Me encontré en un pequeño helicóptero militar sobrevolando las montañas y la selva de Panamá. Junto a mí estaba Carmen, la hija de Omar Torrijos, y sus ojos me recordaron los de su padre. Eran honestos y francos. Naturalmente, Chuchú Martínez estaba con nosotros. El piloto señaló la zona del bosque, entre dos montañas donde se estrellaron y murieron Omar y sus acompañantes. El tiempo era casi tan malo como le hubiera gustado a Omar. El aparato se balanceaba en todas las direcciones, impulsado por el chubasco. Creo que los tres pensábamos en lo extraño que sería si sufriéramos, en el mismo lugar, idéntico fin que el hombre a quien todos habíamos querido.

Yo no deseaba volver a Panamá. Estaba seguro de que Panamá sin la presencia de Omar parecería un país penosamente estéril. Estábamos en enero de 1983 y hacía ya casi siete años, en 1976, desde que visitara por vez primera Panamá. Cuando en agosto de 1981 me enteré de la muerte de Omar, fue como si hubiera quedado cortada una parte completa de mi vida. Pensé que lo mejor sería no resucitar los recuerdos.

Chuchú me había telefoneado con frecuencia desde Panamá, intentando convencerme de volver. Me dijo que el pasaje que no había llegado a utilizar en 198… me esperaba todavía en Ámsterdam, que el presidente estaba ansioso por que fuera, que la familia de Omar quería que fuese y que podía ser “de utilidad”. Jamás me explicó en qué consistía esa utilidad y yo, tozudamente, me negué. Tenía una buena razón. Seguía mi guerra contra el tipo de Niza y en Francia tenía pendientes contra mí tres procedimientos legales.

—Los nicaragüenses quieren volver a verte —decía la voz de Chuchú.

Eso no le creí ni por un solo momento, de manera que la respuesta fue no. Y se repitió una y otra vez, aunque ahora ya no puedo recordar lo que me indujo finalmente y de mala gana a decir “Sí”.

—Muy bien. Pero sólo por dos semanas. No puedo ausentarme de Francia por más tiempo.
* * *

Así que me encontré junto a la hija de Omar, sacudido de un lado a otro en el helicóptero. Regresábamos después de haber visitado la aldea que llevaba el nombre del arzobispo asesinado de San Salvador, el primer arzobispo asesinado ante el altar mientras decía misa desde que fuera asesinado el santo Thomas de Becket.

Ciudad Romero había sido construida en un terreno bajo de la selva, más allá de Coclesito, la aldea en la montaña donde Omar construyó su modesta casa y donde tres años antes visité yo a los búfalos. En la aldea vivían cuatrocientos veinte refugiados de El Salvador y casi la mitad de ellos eran niños; algunos incluso habían nacido en su nueva tierra. Sus antiguas casas fueron destruidas por las bombas lanzadas desde el aire y luego incendiadas por los militares. Habían huido a Honduras, donde descubrieron que sus condiciones eran casi tan malas y peligrosas como en El Salvador. Ignoro cómo se enteraría Omar de su desesperada situación, pero el caso es que envió un avión para que los trasladara a Panamá. A su llegada los condujeron por cierto tiempo a un puesto militar en Cimarrón, para que se recuperasen, y luego se pidió al jefe de la aldea que eligieran un lugar para construir su propia aldea. Eligió aquel emplazamiento en la selva por la fertilidad del suelo, por la inagotable existencia de madera para las casas y porque se encontraba a orillas de un río navegable, y de ese modo podían recibir los suministros que, de lo contrario, habrían de llegarles por aire, porque a través de la selva no había caminos.

Campesinos salvadoreños interpretando aires vernaculares.

Todos los aldeanos se habían congregado en el edificio de la escuela para darnos la bienvenida, en particular la hija de Omar, porque el recuerdo de él les era muy querido. Siempre que iba a su casa en Coclesito, se trasladaba en helicóptero a la aldea, llevando los bolsillos llenos de golosinas para los niños. Uno de los aldeanos habló del poema que había escrito en honor de Omar y quise escucharlo. Otro de los campesinos le había puesto música y cantó su poema acompañado por un tambor, una guitarra y un violín.

Los aldeanos debían haber oído muchas veces al poeta cantar su poema, pero escuchaban con grave intensidad. Estaban escuchando la historia de sus propias vidas. Era como si sintieran que habían entrado a formar parte de la literatura. El poema estaba formado de líneas de ocho sílabas y el sonido de la media rima parecía transformarlo en poesía rústica. Chuchú me lo tradujo.

Voy a contar una historia
lo que mi Pueblo sufría
por una junta asesina
que compasión no tenía.

Cuando un primero de mayo
dos aviones bombardearon
y los soldados quemaron
las casitas que teníamos.

De allí salimos a Honduras,
llegamos a Las Estancias
y allí estuvimos seis meses
bajo mucha vigilancia.

Veníamos a Panamá,
nos fuimos por Cimarrón,
allí estuvimos un tiempo,
sólo en recuperación.

El Gobierno panameño
fue el que asilo nos dio,
y el señor Omar Torrijos,
general de División.

Hoy Panamá está de luto,
lo sentimos su dolor
porque ha perdido a un gran hombre,
hombre de mucho valor.

El general fue un líder,
líder de fama mundial,
y que luchó por los pobres,
sincero y muy popular.

Este pueblo panameño
y su Guardia Nacional,
yo los admiro y los quiero,
es un Pueblo fraternal.

Los latinoamericanos
decimos en voz popular:
no lo olvidaremos
jamás al querido General.

Ya con esta se despiden
los humildes campesinos
que viven fuera de su Patria
por un Gobierno asesino.

Entre los aldeanos llamó mi atención una jovencita, por la melancólica belleza de sus ojos. Parecía tener unos dieciséis años y pensé que sería la joven madre del niño que sujetaba entre las piernas, pero cuando se puso en pie para irse, una vez terminada la canción, me di cuenta de que ella misma no era más que una niña, seguramente no tendría más de doce años. Fueron los disparos, las bombas y la muerte lo que la habían hecho madurar prematuramente.

Una vez terminada la reunión en la zona de la escuela, los campesinos nos apremiaron para que viéramos algo que querían enseñarnos. Mientras nos guiaban hacia las afueras de la aldea, oí la palabra altar repetida incesantemente. Y en efecto, habían construido un altar en cuyo centro podía verse una fotografía del arzobispo asesinado y a cada lado fotografías de Omar. Recordé la iglesia abandonada que había visto en Coclesito, con las gallinas picoteando por la nave, y recordé también lo que Omar había dicho sobre los cementerios de las aldeas el día que nos conocimos, hacía ya casi siete años: “Si la gente no cuida de los muertos tampoco cuidarán de los vivos”. Sin duda, aquella gente cuidaba de sus muertos.

Este fragmento de Graham Greene aparece en el libro Descubriendo al General, traducido del inglés por Rosalía Vásquez y publicado en 2014 por Ediciones Culturales Paidós, México.

Las fotografías de Isobel Harry, de Canadá, fueron tomadas en 1991 en El Salvador. Éstas documentan el retorno de los refugiados de Ciudad Romero en Panamá a una nueva tierra en El Salvador, donde establecieron otra Ciudad Romero.

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