“Cáncer” y “Villillo”, y los murales de la dignidad

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Mural alusivo a la lucha de los pueblos.

Por David Carrasco

En noviembre de 2013, los oficiales de la Academia Nacional de Policía Walter Mendoza Martínez, de Managua, Nicaragua, tomaron la decisión de restaurar los murales pintados en esas instalaciones por la brigada cultural panameña Felicia Santizo, dirigida por el artista plástico, músico y escritor panameño Ignacio “Cáncer” Ortega Santizo, un trabajador de la cultura anticolonialista. Otros murales sobreviven en las Fuerzas Armadas de Venezuela, donde los críticos reconocieron su inmenso valor latinoamericanista.

La decisión del gobierno de Nicaragua de restaurar esas pinturas apelaba a la necesidad de transmitir a las nuevas generaciones una representación de luchas plasmadas en obras de arte popular. En Panamá, no fue posible hacerlo, debido a que todos los murales pintados en las décadas de 1970 y 1980 por los brigadistas culturales fueron destruidos por elementos intolerantes en el poder, borrados o sustituidos por anuncios de ropa de marcas y vallas publicitarias.

“Cáncer” tenía el aspecto de un hippie risueño, valiente y leal. Tres años después del golpe de Estado de 1968, recibí una llamada telefónica para que visitase su casa, contigua a la Escuela José Agustín Arango, en el corregimiento de Bethania. A llegar a la vivienda, noté que la puerta estaba abierta. Entré y hallé en la sala a un gato que maullaba sobre un piano de cola, como si fuese una escena descrita por el poeta francés Charles Baudelaire. Entonces, el anfitrión apareció sonriente y triunfante, como un Bob Dylan del trópico. Me entregó una carta del líder estudiantil Rómulo Bethancourt, exiliado en Colombia, quien anunciaba que volvería a Panamá, en la apertura democrática creada por Omar Torrijos.

No sorprendió la determinación del artista de viajar en 1979 a Nicaragua, junto con su hermano Virgilio (Villillo), Ologuagdi y Elpidio Mora, entre otros muralistas. Su misión era pintar figuras emblemáticas en espacios públicos en ciudades como Estelí, Jinotega y Managua, mientras la “Contra” nicaragüense intentaban destruir con sabotajes la revolución sandinista. Sus obras pictóricas, que evocan el trabajo del mexicano Diego Rivera, han perdurado porque el pueblo de Nicaragua las hizo suyas. De hecho, el artista entregaba el pincel a cada caminante e invitaba a pintar trazos en la pared, con lo cual conseguía un admirable producto colectivo.

Durante la invasión de Estados Unidos a Panamá, iniciada el 20 de diciembre de 1989, “Cáncer” estaba pintando un mural en la base de Río Hato, 120 kilómetros al oeste de la capital panameña. Yo le había confeccionado un credencial de prensa y ello lo salvó de ser enviado a un campo de concentración, tras ser capturado por tropas estadounidenses. Horas antes, su compañera sentimental, Aixa Jirón, le informó que empezaría la invasión extranjera, pero los oficiales panameños responsables del complejo militar, que albergaba una escuela de alférez, menospreciaron la advertencia compartida por el pintor, para preparar la defensa y evacuación del personal.

Ignacio “Cáncer” Ortega Santizo, en un concierto al aire libre.

Ortega Santizo era caricaturista y humorista del quincenario Bayano. Descolló como intérprete y compositor del grupo musical “Trópico de Cáncer”. En 2007, fue publicado su libro de relatos “Encuentros fugaces”, en cuya portada se lee: “Trece historias golpean el moralismo pusilánime. Textos sin concesiones, de prosa cruda como la vida, describen una sociedad deshumanizada, despiadada, en la que sicarios y torturadores; empresarios, funcionarios, burócratas y médicos; locos, políticos profesionales y militares; cazadores salvajes en un mundo sin selvas, son zarandeados en danza violenta, arrastrados por el torbellino del sistema”.

El desaparecido poeta Carlos Wong narró que cuando el mariscal Josiph Broz Tito, de Yugoslavia, visitó en Panamá en 1977, para respaldar la causa de la soberanía territorial y mientras paseaba en auto por la ciudad, junto al general Omar Torrijos, pidió detenerse ante una pared cerca de la Avenida de los Mártires. Allí, “Villillo”, hermano de “Cáncer”, plasmaba un mural alusivo al amor a la patria. Tito elogió la obra por su mensaje, proyección y colorido. Sin duda, fue un reconocimiento justo que nadie podía objetar.

La brigada muralista Felicia Santizo dejó impresionantes trabajos que han sido recogidos en libros y folletos de arte en Estados Unidos y Europa. En abril de 2015, la Alianza Francesa en Panamá realizó una expo homenaje póstumo a Virgilio Ortega. En realidad, fue una muestra de aprecio a los muralistas panameños olvidados, quienes contribuyeron con un trabajo honesto a la lucha anticolonialista, y cuyas realizaciones perduran en otras partes del mundo.

En una entrevista realizada por José Car, para la revista Tragaluz, en 2006, “Cáncer” definió la responsabilidad del militante cultural y de la juventud rebelde, pensadora y contestataria: “Aunque esta sea, como mencionaste en un momento, época de derrotas, podríamos decir mejor que es una época de reflujos, y sin caer en un determinismo histórico o en un triunfalismo, tener la seguridad de que lo único que nos queda a nosotros es asumir ese compromiso”. Añadió que “si no lo hacemos, no vamos a caminar”.

La última vez que divisé al ilustre pintor, caminaba en el barrio de San Felipe. Llevaba consigo una unidad de oxígeno portátil, debido al enfisema pulmonar que padecía. Lo acompañaba su esposa oriunda del distrito de Tonosí, y quería dar su apoyo a una marcha de periodistas. Le pregunté sobre su condición física, y respondió: “los médicos no se explican cómo estoy vivo, pero sigo luchando, y por ello estoy aquí, en el arrabal”. Meses después, dejaría de latir el corazón del solidario e internacionalista amigo, egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, con estudios en sociología y arquitectura en Colombia y Brasil. Su trayectoria patriótica es un ejemplo para los intelectuales y jóvenes muralistas que perseveran y no renuncian a los esfuerzos de paz, liberación y soberanía.

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