Basta de presidentes domesticados y serviles

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Basta de presidentes domesticados y serviles

América Latina y el Caribe integran una región que ya no puede permitirse el lujo de elegir a presidentes domesticados y serviles, que entregan la soberanía de sus países a una fuerza hegemónica o son incapaces de proteger a sus pueblos de la voracidad de las multinacionales dedicadas a sustraer las riquezas en los territorios convertidos en presa de la usurpación despiadada y la codicia.

El ejemplo más denigrante de entreguismo se muestra en la carta que el ex presidente Ricardo Martinelli publicó y en la que admite   haber servido a Estados Unidos, cuando era jefe del gobierno de Panamá, de 2009 a 2014. Su confesión no indica que sea el único caso en la historia, pero confirma el altísimo grado de intromisión política de Washington en contra de la soberanía panameña.

Esas declaraciones revelan la infame connivencia, entre Martinelli y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), de que la población panameña quedó subordinada a decisiones externas, en contra de la Constitución Nacional y el Tratado de Neutralidad del Canal de Panamá. Ese acto reprochable obliga a realizar un serio debate sobre el país que tenemos y el que deberíamos tener.

Desde la invasión de Estados Unidos a Panamá, iniciada en 1989, Washington ha sometido a sucesivos gobiernos, obligándolos a firmar convenios y memorandos leoninos en materia de Seguridad que comprometen la soberanía panameña. Funcionarios y agentes sin escrúpulos han intentado en vano justificar esos actos, como si fuese una “inocente, buena y deseable colaboración bilateral”.

En realidad, Estados Unidos ha conseguido adocenar a políticos, empresarios y soldados que antes tenían que moverse entre filas de patriotas que reclamaban soberanía total. No en vano, el actual gobierno de Panamá se adhirió a la alianza bélica contra el Estado Islámico, lo que analistas califican de una desacertada y riesgosa decisión, que convierte al Canal de Panamá en objetivo militar.

Gente que accedió al poder en forma circunstancial y acelera el paso para ponerse al servicio de un Estado extranjero que somete y conspira contra los derechos humanos, debe ser repudiada. Nadie que ofrezca servicios para doblegar la causa soberana o promover la supeditación a intereses extranjeros merece perdón alguno. Por el contrario, debe seguir la senda de la condena.

Ha llegado el momento justo de decir: ¡Basta ya de presidentes corruptos y entreguistas! Panamá necesita recuperar su prestigio internacional y el respeto menoscabado por el dolo y el fraude de una clase engreída que traiciona y roba a sus anchas. Para ello, se requiere que una juventud combativa se alce contra los serviles y atracadores del Estado y adláteres que ponen en venta al país.

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