Arroceros panameños en “modo pausa”

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Equipo de cosecha a la espera del sol y que haya cupo en los molinos.

Arroceros panameños en “modo pausa”

Por Mario Domínguez

Productor agropecuario

La intensa lluvia que cae en Panamá no permite cosechar arroz y los ratos soleados no pueden ser aprovechados, debido a que los molinos limitan la cantidad de arroz recibido en sus instalaciones, mientras que una televisora local muestra imágenes de la descarga de grano pilado importado en el Molino La Campiña, del Instituto de Mercadeo Agropecuario (IMA) en la ciudad de Penonomé, 150 kilómetros al oeste de la capital panameña.

Los bancos y casas comerciales exigen a los productores que paguen las deudas de la anterior cosecha de arroz, pero aún el gobierno no ha cancelado los incentivos prometidos a los arroceros. En esas circunstancias, el Órgano Ejecutivo puede jactarse de tener el déficit fiscal bajo control, si no paga sus compromisos a los arroceros.

Esta realidad, el gobierno mantiene a los productores de arroz en “modo pausa”, es decir paralizados, mientras que los campos, la cosecha, el tiempo y la inversión sufren pérdidas por factores climáticos y decisiones gubernamentales ejecutadas de espaldas al hombre del campo. Esas medidas discriminatorias tampoco beneficien al consumidor en las áreas urbanas.

El 14 de noviembre, los medios locales destacaron el fenómeno de la imagen de la súper luna. Ello me hizo recordar los escritos del ingeniero agrónomo de origen herrerano Luis Alberto Hooper Domínguez, quien ha explicado que los perigeos del satélite natural de la tierra causan las lluvias, y la súper luna es precisamente un apoteósico perigeo acompañado por torrenciales aguaceros e inundaciones en el ámbito nacional.

En la mitad de la nada

El sector agrícola está exactamente en la mitad de la cosecha de arroz, pero los productores no encuentran molino donde entregar el grano de su trabajo. Cualquier exceso de humedad, de impureza o de manchas, se convierte en pretexto para que los molineros castiguen el precio del grano y paguen tres balboas menos por cada quintal, equivalente a B/.300.00 por hectárea. Las condiciones onerosas impuestas provocan que se esfume la posible utilidad del productor. Lo más difícil de la actividad, es que cuando el arroz llega a su punto de cosecha, no se puede postergar su recolección.

La realidad descrita demuestra el reto de convertir la agricultura en agronegocio, de campesinos a agroempresarios. En la agricultura panameña hay importantes avances en la mecanización del cultivo, pero persisten prácticas pre capitalistas en su gestión. La siembra de arroz es una tradición en Panamá, donde un puñado de casas comerciales importadoras impone los precios de los insumos y los molinos determinan la calidad y precio de compra del grano. El productor toma los precios determinados por la cadena de suministro de insumos y la cadena de distribución. En otras palabras, el productor no fija costos de producción, ni precios de venta.

La comercialización es una relación precaria para el productor. Los molinos, salvo honrosas distinciones, no celebran ningún contrato de compra de arroz.

Cada productor tiene una relación tradicional y verbal con los molinos, a quienes les entrega su cosecha y al momento de la recepción del grano, el industrial toma la decisión de recibir o no, la cosecha. Además, establece los parámetros de calidad y en sus “laboratorios” mide la condición del grano para determinar cuánto debe pagar, sin que el productor o un tercero pueda intervenir en una mediación. Recibido y pesado el arroz, el productor queda con una vaga idea del volumen de su cosecha, pero carece de una factura para su gestión de cobro. Tampoco tiene idea de cuándo cobrará el producto que entregó. En caso de que un productor requiera contratos, facturas o fechas de cobro, será excluido de la lista de proveedores de ese molino.

Al llegar la cosecha, ante el panorama de un mercado saturado con arroz importado o por una abundante cosecha nacional, los productores sin contratos comerciales transitan por una especie de vía crucis, de no tener dónde colocar su producción y claman al gobierno para que intervenga. Es probable que las autoridades respondan que las relaciones entre productores y molineros son de carácter privado, y que el gobierno no puede intervenir.

Una ley para amparar al productor

Se necesita una Ley, para garantizar que la importación de arroz sea realizada en fechas en las que no haya cosecha nacional, y que la importación de los contingentes extraordinarios por desabastecimiento, la hagan los molinos que compren la producción nacional. Esa misma legislación establecerá que el gobierno, el IMA en particular, solamente adquirirá producción nacional. De esa manera, dejará de batear para el equipo contrario a los productores. En la práctica, el IMA no podrá recibir toda la cosecha nacional, pero es peor ver la descarga de arroz pilado importado en los molinos del Estado, desvirtuando el uso de los impuestos.

Oferta de arroz en lugares de expendio en Panamá. (Foto: Panamá América).
Oferta de arroz en lugares de expendio en Panamá. (Foto: Panamá América).

Al revisar el sitio web de autorización de importaciones que mantiene la AUPSA, causa sorpresa que no haya sido actualizada desde el 2015, con lo que desvirtúan la transparencia en la gestión pública. Si esa información estuviese disponible, al menos se sabría quién se beneficia de importaciones que afectan a los productores. Ese secretismo alimenta la convicción ciudadana de que hay un negociado en la autorización de importación de arroz, y de que algún agente económico y funcionario gubernamental se están enriqueciendo sin riesgo, mientras que los productores, quienes arriesgan todo, solamente obtienen pérdidas.

En la mitad de la cosecha arrocera, estamos “en pausa”, por no poder hacer otra cosa, ni siquiera esperar nada de las autoridades. Así seguiremos hasta desaparecer.

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