Guerras globales y potencias emergentes (primera parte)

Por Marco A. Gandásegui, hijo Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del CELA

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Guerras globales y potencias emergentes (primera parte)

Introducción

El capitalismo se define sobra la base de su necesidad como sistema de crecer permanentemente. El crecimiento se mide sobre la base de su capacidad de generar excedentes crecientes. La capacidad de generar excedentes es el resultado de una creciente productividad (del trabajo humano) que se logra mediante el desarrollo de la tecnología (fuerzas productivas), la incorporación de más trabajadores que contribuyen a la transformación de la naturaleza, en áreas geográficas cada vez más extensas. Además, el sistema capitalista tiene que promover las vías necesarias para la circulación de los bienes producidos (mercancías) y un sistema cada vez más sofisticado que apoye este proceso (finanzas). Por último, necesita una población instruida para consumir y realizar las ganancias que contienen las mercancías.

El cumplimiento de estas condiciones genera conflictos entre grupos que compiten para controlar las fases propias del proceso productivo (producción – circulación – consumo). Hace 200 años o un poco más, los conflictos se definen entre Estados-naciones que aspiran a dominar (monopolizar) un creciente mercado que ya alcanza dimensiones globales. Los conflictos asumen diferentes formas. Las más definitivas son las guerras con armamento cada vez más letal. Los Estados-naciones más eficaces tienden a convertirse en las potencias dominantes (con capacidad de desatar guerras) y, a la vez, hegemónicas (construir una cultura aceptada por las clases subordinadas y por los grupos nacionales, étnicos, religiosos o económicos que forman parte del sistema).

El mercado capitalista aún se encuentra en su fase expansiva, a pesar de las recesiones periódicas. Como consecuencia, es muy probable que las guerras globales continúen generando condiciones desfavorables para los pueblos que habitan la tierra. Los conflictos armados también son una señal de la aparición de nuevas potencias que se enfrentan en la lucha por la ‘conquista’ de los mercados establecidos y emergentes.

El siglo XXI se inauguró con guerras desatadas por las potencias occidentales en el Medio Oriente, Afganistán y Libia. Además, la OTAN avanzó sus divisiones militares hasta llegar a las fronteras de Rusia. EEUU mantiene una presencia militar sobre el Mar de China que genera conflictos menores en forma permanente con Pekín. Washington también amenaza constantemente a Irán y Corea del Norte con una retórica que hace eco de los conflictos del siglo XX. Las potencias europeas no se quedan atrás desatando conflictos militares en el sub-Sahara africano y en países como Libia y Siria.

Más adelante veremos que las guerras globales no son coyunturales. Más bien responden a un largo proceso, asociadas con el crecimiento y expansión del sistema mundo-capitalista. Nuestra América (no sajona) probablemente inauguró el proceso con la traumática conquista española que cobró decenas de millones de vidas. Posteriormente, la expansión de EEUU le costó a México la mitad de su territorio y las riquezas de los países del Caribe y Centro América.

La resistencia de Cuba –desde 1959– a la expansión norteamericana forma parte de una ‘guerra de bajo perfil’ que EEUU ahora quiere cambiar. Obama ha declarado que si Cuba no cae como consecuencia de la guerra económica y militar, tendrá que probar otras tácticas más eficaces.

La ponencia (presentación) está dividida en cuatro partes. La primera se refiere a la historia de las guerras globales. Hacemos uso de algunos conceptos de Gramsci para apoyar nuestra tesis. La segunda parte aborda las guerras globales y las rutas comerciales. La tercera se refiere a la lucha entre EEUU y China, la potencia dominante y la potencia emergente, por el dominio de los mercados globales. Por último, agregamos una sección que se refiere a los retos que le presenta el nuevo siglo a América latina.

Historia de las guerras globales

Las guerras en el entorno global siguieron en 2015 la misma lógica de siempre. Desde hace unos 200 años, se refuerzan por la incesante expansión del mercado capitalista. Los grandes capitales se organizaron en torno a poderosas monarquías o repúblicas que apostaban a nuevas conquistas más allá de sus fronteras. En el siglo XIX las potencias capitalistas se repartieron el planeta en una carrera global por territorios (colonias), recursos naturales (minerales y alimentos) y mano de obra barata. En el siglo XX las potencias emergentes (Alemania, Japón, EEUU y Rusia) se introdujeron en la carrera y chocaron con las grandes naciones del occidente europeo.

Alemania necesitaba urgentemente una salida al Atlántico para que su economía capitalista, recién reorganizada, pudiera crecer a escala global a un ritmo más acelerado. Al mismo tiempo, con desesperación veía las ricas zonas agrícolas y mineras del este europeo (incluyendo Rusia). Japón tenía sus ojos puestos sobre China, Corea y el sureste asiático. EEUU ya era una potencia con costas en los dos océanos más grandes del mundo y un Canal (a partir de 1914) que los comunicara en Panamá. Rusia, a la vez, tenía recursos naturales y un vasto territorio que llegaba al Pacífico, pero le faltaba la acumulación capitalista necesaria para explotarlos. En ese panorama se desataron las dos guerras “mundiales” más asesinas de la historia humana: La segunda cobró más de 60 millones de vidas.

El desenlace de los conflictos dio como resultado, a mediados del siglo XX, la emergencia de un mundo bipolar dominado por EEUU y la Unión Soviética (Rusia). La potencia norteamericana invirtió su enorme capital acumulado en la industria y en la innovación. Sometió al mundo a su ritmo de desarrollo y rodeó al bloque soviético (su único rival) con una red de bases militares. La “guerra fría” (1945-1990) fue un enfrentamiento de tecnología armamentista y, al mismo tiempo, una carrera por la conquista del espacio.

El triunfo sobre el bloque soviético por parte de EEUU sorprendió a muchos. En realidad, lo que ocurrió fue una implosión del imperio que había construido Moscú en el siglo XX. Este no tenía como eje central la acumulación capitalista y no podía competir con los capitalistas concentrados en la bolsa de Nueva York. En el proceso, sin embargo, el capitalismo norteamericano también perdió su capacidad para acumular en su mercado doméstico. La producción industrial y la explotación de la clase obrera dejaron de ser rentables a fines del siglo pasado. EEUU se había convertido en el centro financiero y en el proveedor de servicios a escala mundial.

Los enormes déficits fiscales y comerciales de la economía norteamericana eran cubiertos por una corriente incesante de inversiones extranjeras y un endeudamiento astronómico a escala global (especialmente con China). EEUU seguía siendo la potencia dominante y, además, hegemónica. Por un lado, su poderío militar superaba la capacidad de todos los demás países combinados. Por el otro, los capitalistas en todo el mundo confiaban aún en su liderazgo, tanto financiero como político-cultural.

Con la inauguración del siglo XXI, hace apenas 16 años, hay voces que comienzan a dudar de la dominación y hegemonía global de EEUU. Señalan que hay algunas potencias “emergentes” (China) que pueden cuestionar este liderazgo y reemplazar a Washington en los próximos cien años.

El mundo es un lugar muy complicado. Sabemos, sin embargo, que hay reglas y los países con proyectos de acumulación capitalista globales se atienen a ellas. Las reglas pueden cambiarse. Pero, primero, hay que conocer el juego. La mayoría de los países no saben o no pueden poner en práctica el juego y sus reglas. El país que aprendió las reglas de la acumulación capitalista muy rápido fue China. En apenas 60 años, se sometió a un “revolución cultural’ y después a una transformación económica que dejó el mundo con la “boca abierta”. En sólo varias décadas, hizo lo que a Inglaterra y Francia le tomaron casi dos siglos y a Alemania, Japón y EEUU poco más de un siglo.

Tomando prestado algunos conceptos de Gramsci, podemos decir que lo primero que hicieron las potencias capitalistas globales fue desatar una guerra de posiciones. Cada una se atrincheró en su territorio, el nuevo Estado-nación. En este espacio construyeron un mercado capitalista nacional, un sentimiento de unidad que superara los enfrentamientos de clase, levantaron una fuerza militar inexpugnable y tejieron un sistema financiero que protegiera su comercio interno y preparara una expansión al exterior.

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