Por Itzel Velásquez, en la hora en que nadie parte
Por Julio Bermúdez Valdés
Terminó la batalla Itzel. Luchaste mucho hermanita, con hidalguía y con orgullo, con la tenacidad y la valentía que se sobrepone a la angustia, que supera el cansancio y que levanta la cabeza para seguir siendo la aguda, la de los análisis sin espacios para la especulación, y las observaciones oportunas.
Cómo no saberlo Itzel, si en los ocho años que compartimos la mesa de análisis de Panamá América supimos de tu academia, de tu repaso rápido y profundo, de tu amor indeclinable por la vida, y de tu permanente defensa por la salud de la justicia.
Y que digna. La última vez que te visité, me sacudió entero confirmar que ya no veías, pero que no ibas a permitir que nadie lo supiera, que nadie se doliera aunque fuera justo; que te sabías de memoria los metros cuadrados de tu apartamento, y navegabas libre, fluida, feliz aunque te doliera el mundo en que vivías.
Perdona, pero no voy a admitir esta partida, no sólo porque duele mucho, porque me quiebra y me lastima, sino porque será eventual esta distancia, y en cualquier momento volveremos a celebrar entre risas y vinos cualquier cosa que se nos ocurra.
Hasta luego Itzel Velásquez, nuestra Itzel de la tv, de la cobertura dolida de la Invasión, de los colectivos y los balances. Hasta luego nena, porque te quedas en nuestros brazos y en nuestros pensamientos como la luchadora que fuiste y el ejemplo que serás. Un beso amiga, hasta donde te encuentres. ¡Qué tristeza!