La división internacional del dolor

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La división internacional del dolor
Por Julio Bermúdez Valdés

(Especial para Bayano)

Sobrecogidos, aturdidos, indignados, pero sobre todo preocupados por los peligros que entrañan para el futuro inmediato de la humanidad, el viernes trece de este mes, asistimos a un escenario mundial estremecido por los atentados que, ahora se sabe, llevó a cabo el Estado Islámico en París. Ni Edgar Allan Poe hubiera descrito un escenario de tanto horror, ni una fatalidad de tantas consecuencias. Es como si alguien se hubiese tomado la tarea de presentarle a Zbignew Brzerzinski la otra cara del conflicto euroasiático.

Hasta el viernes pasado el escenario de los escalonamientos bélicos, aun después de la intervención de Rusia, había sido Asia. Siria sobre todo, parecía haberse convertido en la difícil culminación de «La Primavera Árabe», donde Bachar Asad enfrenta hace cinco años revueltas opositoras similares a las que se produjeron en su momento en Túnez, Libia y Egipto.

Contra Damasco avanzaba casi que sin oposición un ejército opositor que encontró afectos en occidente, e hizo alianza con un Estado Islámico cuyo embrión había sido la fundamentalista Alqaeda. ¿Quién y cómo se financiaban? ¿De dónde venía su aliento?

Aun sin respuestas definitivas, lo cierto es que los misiles disparados por Rusia a mil 500 kilómetros desde el mar Muerto hasta los escenarios dominados por el EI; la evidencia en que quedaron las falsas informaciones manejadas por la inteligencia norteamericana sobre las relaciones de la oposición siria y el Estado Islámico, que le costaron el puesto a un alto mando del ejército estadounidense; y el abierto choque de posiciones entre gigantes de las comunidad internacional de inteligencia, como Henry Kissinger y Brzezinski parecen haberle imprimido otra dirección a la jornada de los islámicos. Mientras que el viejo lobo polaco pedía represalias contra Rusia, Kissinger sostenía abiertamente que acabar con el Estado Islámico debía ser prioritario para Estados Unidos antes que derrocar a Assad.

Las reacciones, sin embargo, no fueron monopolio de occidente. Una bomba migratoria como las registradas durante la Segunda Guerra Mundial se sumó a los acontecimientos y estremeció a la opinión pública. Ni siquiera la que por años ha ocurrido de África hacia Europa había alcanzado la connotación que los medios le dieron a la vinculada al conflicto asiático. Ante lo que muchas agencias de occidente vendieron como el dolor de los islámicos, varias voces advirtieron, entre ellas la de Hungría: «no son refugiados, es una invasión».

¿Se podría pensar que los autores de la masacre de Paris iban entre los «refugiados»? ¿No es acaso cierto que los actos han tenido como protagonistas a suicidas que solo responden a principios fundamentalistas? ¿Por qué Francia cierra ahora sus fronteras cuando junto a Alemania y Estados Unidos fueron de los primeros en alentar el humanismo ante la bomba migratoria? No se puede subestimar a los islámicos.

Lo ocurrido en Francia este viernes debe verse como la peligrosa manifestación de un conflicto que, de regional, podría generalizarse con una modalidad de «guerra de guerrillas internacional», ante la ausencia de medidas realistas de occidente. Entre 1931, con la invasión japonesa al este de Manchuria, China, y 1939, es decir en el periodo que antecedió a la Segunda Guerra Mundial se produjeron escalonamientos similares, y todas la preparación militar en la que se había comprometido Alemania desde el tratado Versalles en 1925, estalló dramáticamente el primero de septiembre de 1939 con la ocupación alemana de Polonia. Algunos soñaron en aquella ocasión, tras un enfoque ideológico, con usar a Alemania contra la URSSde entonces, pero ante la resistencia del Este, la Wehrmacht giró con dramatismo contra Londres y Paris y ya se conocen las consecuencias. Si la tarea inicial del EI era acabar con el régimen de Damasco, la tragedia de París deviene en claro indicio de que uno puede ser el propósito de quienes golosos de los yacimientos petroleros tratan de cambiar la correlación de fuerzas en oriente próximo, y otra las aspiraciones y proyectos del fundamentalismo islámico, incluida la hipocresía de Arabia Saudita.

Los sucesos de Francia parecen sugerir la urgencia de acuerdos y consensos entre la sensatez mundial, contra un fundamentalismo que no cree en la división internacional del dolor, una verdad que para ellos puede ser tan legítima como para occidente. Pero para la mayoría de la humanidad una tercera guerra mundial no oferta ninguna clase de futuro, a la vez que exige un compromiso total y que debe encararse con más seriedad de la que muchos imaginan.

Francia es hoy un espejo para el mundo, en particular para Panamá. Hace 38 años un 32 por ciento de los panameños se opuso a un tratado de neutralidad, según el cual en caso de un conflicto internacional, la defensa del Canal de Panamá queda bajo la responsabilidad de Estados Unidos. Quizás hoy se podría entender mejor aquella preocupación y comenzar a dar a la seguridad publica la atención que se merece, no solo por el crimen organizado, sino por las amenazas que se ciernen sobre objetivos estratégicos del sistema del que formamos parte.

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