¿Judo telefónico? O, las flaquezas del centinela

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Humillante diálogo telefónico entre Trump y Peña Nieto

Por José del Rosario Sánchez Franco

“El judo es la manera de aceptar las cosas según se presentan para cambiarlas ventajosamente”.

Entre los años de adolescente y juventud (14 a 20 años), practiqué primero judo y luego karate estilo shotokan. Estas artes marciales (como lo permiten todas las artes marciales) generan disciplina, reflejos, voluntad, capacidad de estructuración física y mental, mesura, observación, trascendencia; entre otras cualidades donde el espíritu encuentra equilibrio para la acción.

Con el karate se logra calcular no sólo espacios físicos sino las ideas y pensamientos para el hacer; también se aprende, tras los ejercicios físicos, mentales y espirituales a tener precisión, rapidez. En el judo además de tales se aprende la destreza, a ser cauto para que la energía del adversario sea una herramienta apta para vencerlo.

Se le llama el principio de la no resistencia. El objetivo es anular el esfuerzo del adversario, haciendo que con la misma fuerza de ataque se derribe; sólo se le deja pasar con su estado energético aguerrido, convirtiéndolo en oportunidad. Es optimizar la ventaja, usando la inteligencia y no la fuerza. Esto es el principio de la no resistencia. La fuerza del adversario se debilita y cae con su propio peso.

En los últimos días, he escuchado diferentes opiniones acerca de la llamada telefónica que el 27 de enero de 2017 sostuvo Enrique Peña Nieto con Donald Trump. Fue un día después que el primero (EPN) declarara que no ya no iba a viajar a los Estados Unidos al evento diplomático que se estaba organizando. La razón fue la postura tajante, arrogante y prepotente del segundo (DT) acerca de que los mexicanos pagaríamos el muro fronterizo del que tanto cacareo hizo en su campaña hacia la presidencia.

Aún suenan las mentadas de madre que se le gritaban y gritan en México y otras partes del mundo a Trump, por sus vociferaciones en campaña: “…la gente que nos envía México no es de lo mejor, están mandando a personas con muchos problemas que nos traen a nuestro país, están trayendo drogas, crímenes y son violadores (…) para resolver esto tenemos que construir una valla fronteriza y tiene que ser la mejor.” También dijo −Donald Trump− que “…el sistema judicial mexicano es corrupto.” Y claro que sabemos, digo yo, que si no todo ni todos, gran parte de ello que es verdad. ¿O no?

Éstas y otras palabras −por el mismo camino− se convirtieron en un argumento primario para captar tanto la atención de los electores y retomar el sentimiento patriótico de los estadounidenses basado en un “esto es mío, esto es nuestro y no debemos permitir que nos los quite nadie”. El planteamiento fue envolver a los tradicionalistas, así como los desencantados con los demócratas, en un sentimiento nacionalista fundamentado en la Doctrina Monroe, al amparo de “América para los americanos”, que James Monroe (presidente de los EE. UU de 1817 a 1825), pronunció ante el Congreso, el 2 de diciembre de 1823.

Ante familiares, amigos, vecinos, conocidos, sostuve y sostengo (con cierta ironía, si se quiere) que lo que mejor le podía suceder a México era que Donald Trump ganara la presidencia porque esto permitiría recuperar la dignidad nacional consumiendo lo propio. México produciría más y ganaría negociando con otros países para comercializar nuestros productos. Que al final el dolor del rechazo de EE.UU. permitiría ser más creativos y autónomos, además que nos zafaríamos del jugo comercial y financiero. Que a la larga sí habría beneficios y que el discurso de DT tarde o temprano sería modificado cuando se cruzara con la realidad.
La gente con la que hablaba se enojaba, se acaloraban; era como si vieran en mí a un enemigo consagrado al imperialismo. Peor si les decía que Hilary Clinton no era mejor que éste. Sonaba a maldición cuando les decía que había la oportunidad de una especie de neo-emancipación mexicana. Pues bien., ganó Donald Trump, el mismo que decían sus detractores que acabaría con el mundo en los primeros 100 días de gobierno. Él sólo se ha estado cayendo con su propia energía negativa y su nivel de popularidad apenas si alcanza el 61%.

México está en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Apenas están dándose las primeras reuniones al respecto. Uno de los temas, a la sazón de ello, es el interés de los Estados Unidos en salir más beneficiados porque dicen, en boca de Donald Trump, que “Estados Unidos tiene un déficit comercial con México de 60 mil millones de dólares.” Y que “…los Estados Unidos ya no pueden tener esos déficits. (…) Pero no podemos (dice él) hacer esto y no podemos sostener esto. Ya no seremos los Estados Unidos.” Al parecer, el Centinela trastabilla con su propia energía impositiva.

Las citas son parte de las palabras del presidente de los Estados Unidos en la llamada telefónica que sostuvieron él y el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Enrique Peña Nieto. Donde por su parte éste sostuvo y mantuvo, desde mi mirada, la dignidad nacional que antes se le había cuestionado por darle un trato preferencial al que cuando había sido candidato lo redujo en su propia casa.

Me parece, que, sin ser yo priista ni siquiera vote por él, que Enrique Peña Nieto, contrario a lo que han dicho otros, logró respeto a la institución presidencial, en todo momento tuvo cordura; no fue necesario una postura arrogante para demostrar firmeza de carácter. Mantuvo una defensa de la dignidad de la patria sin movilizar un regimiento prepotente; no hubo marcha atrás frente al pago del muro, tuvo una postura valiente y digna como presidente. Utilizó, como en el judo, la energía del gigante para que sin caerse se resbalara al grado de que ahora, pregunto, DT cómo será mirado en su propio país y en el mundo luego de la filtración de la llamada telefónica en The Washington Post.

Espero que no sea muy temprano para decirlo, pero al César lo que es del César. Bueno hubiera sido si Fox no se hubiese sometido a George Walker Bush, cuando el “Fidel, come y te vas”.

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