¿JAMÓN Y POPULISMO?

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Las filas del jamón (Foto La Critica)

Por. Antonio Saldaña

Abogado y Analista Político

 

El regalo (antes) y la venta (ahora) de un jamón a una porción numéricamente minoritaria de la población panameña no significa en modo alguno el cambio del modelo de gobierno de la oligarquía a un sistema populista como han pretendido hacer ver – para perpetuar la dominación- los aúlicos y gacetilleros del gamonalismo local.

Un poco de aculturación de más de siglo y medio de presencia estadounidense en el istmo, así como el ahorro significativo, entre el precio del jamón del IMA y el de los supermercados, podría explicar el “sacrificio” que hace un número plural de panameños de a pie -quienes de paso devengan salarios de hambre o no cuentan con ingresos fijos- para que en su cena de navidad aparezca la figura destacada del jamón. Definido de manera sintética, sin arroz con guandú, ensalada de papa y jamón, no hay navidad para el pueblo.

Estamos en presencia, pues, de una trasfiguración política que expresa en verdad una modificación del clientelismo político del gobierno de la fracción varelista de la oligarquía, en virtud de la creciente veeduría ciudadana que le impide disponer a sus anchas del erario público y por tanto, han procurado mimetizar la conducta propia de politicastros. Aunque parezca una contradicción, por la forma desacertada como se realiza la venta, el cambio de obsequio a venta menos especulativa, significa un salto cualitativo en el abandono obligado de esta forma de clientelismo oligárquico.

Por el contrario, el populismo es a la oligarquía, como el agua al aceite, se juntan pero no se mezclan. En rigor científico el populismo es una propuesta político ideológica que constituye la antítesis del actual sistema de la oligarquía, por lo siguiente: La crisis de la representación política de la oligarquía es una condición necesaria pero no una condición suficiente del populismo.

Para completar el cuadro de situación, es preciso introducir otro factor: una «crisis en las alturas» a través de la que emerge y gana protagonismo un liderazgo que se postula eficazmente como un liderazgo alternativo y ajeno a la clase política existente. Es él quien, en definitiva, explota las virtualidades de la crisis de representación y lo hace articulando las demandas insatisfechas, el resentimiento político, los sentimientos de marginación, con un discurso que los unifica y llama al rescate de la soberanía popular expropiada por el establecimiento partidario para movilizarla contra un enemigo, cuyo perfil concreto si bien varía según el momento histórico -la plutocracia, los extranjeros, la corrupción- siempre remite a quienes son considerados como responsables del malestar social y político que experimenta el pueblo.

En su versión más completa, el populismo comporta entonces una operación de sutura de la crisis de representación, por medio de un cambio en los términos del discurso, la constitución de nuevas identidades y el reordenamiento del espacio político con la introducción de una escisión extra institucional.

Ojo, el populismo es una ruptura institucional de la cual no se le puede –aún- acusar al varelismo. Una cosa es expresar que el “Estado de crisis” en que se encuentra el sistema de la clase política tradicional u oligarquía podría conducir a un régimen populista y; otra muy distinta, es señalar -convenientemente para la clase dominante y para generar confusión en la ciudadanía- que el régimen oligárquico clientelista que hoy encabeza la fracción varelista es populismo, es decir, la ya conocida política del miedo de las democracias formales y de derechos restringidos.

Dicho lo anterior termino indicando que tanto la oligarquía como el potencial populismo se combaten con más debate, más educación política, más transparencia, más institucionalidad, más democracia, más dignidad y más participación ciudadana. ¡Así de simple es la cosa!

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