Democracia y justicia en Panamá

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Las cárceles en Panamá están llenas de marginales. No hay allí banqueros “lavadores de dinero”, ni jueces venales, ni jefes de partidos políticos inmiscuidos en la corrupción.

“La democracia no parece responder a las verdaderas necesidades de los pobres”.

Por Pedro Rivera Ramos

Indudablemente que aproximarse a un examen inicial y tentativo del desenvolvimiento del proceso democrático panameño y de sus respuestas a las esperanzas depositadas en el mismo por la inmensa mayoría de la población; resulta no solo oportuno en el actual contexto que agita a la Nación, sino indefectiblemente necesario.

Hoy, parece cada vez más difícil concebir a la democracia como un reino de felicidad y justicia, cuando extensas capas de nuestra población sobreviven en la pobreza y en la pobreza extrema; cuando la inseguridad y la violencia forman parte ya de nuestra cotidianidad; cuando el desempleo creciente cercena el presente y futuro de muchos de nuestros connacionales.

De modo que la democracia, como fenómeno social, no puede ser analizada al margen del contexto histórico en que la misma se desenvuelve. Ella está estrechamente relacionada con la naturaleza y carácter del Estado, con sus instituciones y con las contradicciones de las clases y sectores sociales que en él se encuentran.

Por tanto, no puede haber una auténtica democracia en ningún país sólo porque se garantizan, en sentido formal, las principales libertades públicas o se concede a la población el derecho de acudir a las urnas cada cierto período de tiempo. La democracia debe ser capaz de mejorar las condiciones y calidad de vida de los miembros de la sociedad, así como contribuir al ejercicio más pleno de la participación ciudadana.

Pero hoy día eso no parece tan realizable, cuando se confunde deliberadamente en la mayoría de los casos, democracia con capitalismo, democracia con mercado libre o, peor aún, democracia con el neoliberalismo salvaje y encapsulado, que ha acentuado considerablemente las desigualdades sociales, en todas las regiones donde se ha puesto en práctica. Eso tal vez ayude a explicarnos por qué, hace ya algunos años atrás, el entonces director general del PNUD, Malloch Brown, sentenciara: “La democracia no parece responder a las verdaderas necesidades de los pobres”.

Hoy, resulta más apremiante escudriñar en los sugestivos senderos de la jurisprudencia y la política, para reconocer e identificar las verdaderas connotaciones y significados que en el capitalismo tienen los conceptos de democracia y justicia. Estas tareas adquieren mayor relevancia cuando gran parte de nuestra juventud ha sido ganada por el escepticismo, las visiones fatalistas o un desinterés por los asuntos políticos.

No hay duda de que el sistema imperante ha logrado inocular, con bastante éxito, el germen del individualismo, del utilitarismo y de la valoración obsesiva por todo lo superficial y efímero. Ha conseguido que aceptemos como natural y hasta necesario, la pérdida gradual de nuestros derechos humanos y sociales. Ha logrado que nuestra vida cotidiana esté casi completamente divorciada de lo que sucede en nuestro país y en el resto del mundo.

En el Atlas de Desarrollo Humano y Objetivos del Desarrollo del Milenio del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se incluye a Panamá como uno de los países de América Latina con mayor desigualdad social. Aquí cada cuatro días, según un análisis de las defunciones de la última década, muere un panameño de hambre, mientras el 85 % de la población indígena vive en extrema pobreza. Todo esto parece reflejar una incapacidad del propio modelo social de lograr una redistribución más justa de los ingresos nacionales, en un contexto de elevado crecimiento económico.

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