Mistral: fervor contra el desencanto

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Mural en Cerámina de Fernando Daza, ubicado en las faldas del costado sur del Cerro Santa Lucía, creado en 1971, y restaurado en 1997.

 

“Al leer a Mistral, me pregunto cuándo nos extraviamos como país, y transitamos desde el «gobernar es educar» de Pedro Aguirre Cerda a «la educación es un bien de consumo» de Sebastián Piñera…”.

 

Por Cristián Warnken

 

Leo y releo a Gabriela Mistral con avidez. El libro “Pasión de enseñar”, que reúne sus reflexiones sobre educación, me hace darme cuenta de lo lejos que estamos de esa convicción, de ese fervor, de esa fe en la pedagogía como la más sagrada y decisiva de las tareas humanas.

 

Al leer a Mistral, me pregunto cuándo nos extraviamos como país, y transitamos desde el “gobernar es educar” de Pedro Aguirre Cerda a «la educación es un bien de consumo» de Sebastián Piñera. Qué abismo, que brutal diferencia entre una visión humanista de la educación y una utilitarista y fríamente pragmática.

 

La mercantilización de la educación ha tenido efectos devastadores: profesores, alumnos han quedado atrapados en la trampa de los rankings. La palabra viva del maestro fue reemplazada por una nueva tabla de la ley: la planilla Excel. El pensar calculante borró de un plumazo con una tradición cuyos referentes eran humanistas de la talla de Andrés Bello, Lastarria, Jorge Millas, Gabriela Mistral, los maestros de la Escuela Normal, cuyo cierre en 1974 es uno de los mayores crímenes culturales de nuestro país. Ellos fueron reemplazados por los “expertos”. Expertos sin un pensamiento propio sobre educación, que han preferido importar teorías pensadas para otras realidades y latitudes.

 

El eterno mal de Chile: copiar en vez de crear y pensar desde su ser más profundo. Como reacción a la “usura” en educación, vino la Reforma, anunciada con bombos y platillos. Una Reforma confusa, desordenada, desprolija, que no nació de una reflexión ni de un diálogo con las grandes fuentes de nuestra propia historia y pensamiento, sino de un voluntarismo atolondrado y sin sustancia. A estas alturas es una criatura informe, contrahecha. La conversación ha girado en torno a las platas y se desaprovechó la oportunidad de generar un gran debate sobre el sentido de la educación. En este libro de Mistral está el contenido que nunca tuvo la Reforma.

 

Ni la izquierda ni la derecha han tenido un proyecto educacional coherente para Chile. La educación se ha transformado solo en una excusa para alimentar sus trasnochados debates y discusiones estériles, donde no esplende ni una idea, ni una propuesta que despierte y entusiasme a profesores, alumnos y padres. Sobran eslóganes de lado y lado.

 

Al releer a Gabriela Mistral nos damos cuenta de la flojera intelectual de gran parte de nuestros políticos: su fuente es Wikipedia, pero no han leído ni a Bello, ni a Millas, ni a Mistral. La prosa de Mistral, en cambio, es deslumbrante, densa en contenidos, nada de clisés. Poesía, pero con los pies bien puestos en la tierra, pues Mistral fue una cosmopolita de origen rural. “Según como sea la escuela, así será la nación entera”, dijo Gabriela Mistral.

 

Mientras no demos un salto cuántico en educación, no seremos un “país desarrollado”. ¿De qué nos servirá nuestro PIB si no tenemos ser propio? “Toda lección es susceptible de belleza”, dijo Mistral. ¿Quién habla hoy de belleza, de la importancia de la palabra viva? Muchos profesores creen que hay que llenar a nuestros niños de tablets, y se prioriza el hacer “power point”, pero no se los invita a leer, porque los mismos profesores han perdido la convicción en el poder de la palabra.

 

Mistral dice: “Pasión de leer: seguro contra la soledad muerta de los hueros de la vida interior, o sea de los más”. Cómo resuenan esas palabras en estos tiempos en que nuestros niños y jóvenes están expuestos a drogas de todo tipo (incluidas las virtuales) que se les ofrecen para anestesiar el vacío y sinsentido. Pero todo este panorama crítico que acabo de mostrar no nos debe hacer perder la esperanza, fundamental para quienes trabajamos en educación.

 

Por eso, repitamos en estos días la oración de Gabriela Mistral: “Señor, Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe y lleve el nombre de maestra que Tú llevaste por la tierra (..) Hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto”.

 

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