El cómic entra en la tercera edad

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Inclusive versiones piratas de cómics famosos, como este 'Tintín en Suiza', publicado en Holanda en la década de 1980, forman parte de la colección de la Biblioteca Municipal de Lausana. (Foto: Ester Unetrfinger / Swissinfo.ch).

Por Eduardo Simantob / Swissinfo

En sus inicios, el cómic era cosa de niños. Más tarde, en la década de 1960, se hizo adolescente, anárquico y transgresor, al igual que los jóvenes de esa edad, y finalmente conquistó al público adulto en los años 70 y 80. El guardián de la colección de Lausana, la más grande de Suiza y la segunda mayor de Europa, Cuno Affolter, analiza el pasado, presente y futuro de las viñetas.

“El cómic es ahora un medio de comunicación viejo”, dice Affolter a swissinfo.ch, durante una visita a la Biblioteca Municipal de Lausana.

Lucerna acoge el 27º festival de Fumetto, que atrae a miles de entusiastas de los dibujos animados, artistas y expertos de toda Suiza y de más allá. El festival termina el domingo, pero no muy lejos, en Lausana, Cuno Affolter abre su tesoro en un depósito subterráneo de la biblioteca de la ciudad.

Nos reciben montones de tebeos en varios idiomas y de todas las edades: los temas raros del Zap Comix de finales de los años 60 se encuentran en perfectas condiciones al lado de las primeras ediciones de Tintín, con flagrantes representaciones racistas de africanos; originales de las primeras historietas estadounidenses de los periódicos de principios de 1900, más una versión pirata del héroe belga, “Tintín en Suiza”, publicada en Holanda en los años 80, pletórico de temas sobre drogas y escenas de sexo que involucran a un gay Capitán Haddock, una ninfómana Bianca Castafiore y un Tintín adicto.

Además de algunos números de Mickey Mouse, publicados en Zúrich en 1936, se encuentra una carpeta con dibujos de ese personaje de Disney hechos por un niño que parecen un poco fuera de lugar, excepto por el hecho de que el autor es H. R. GigerEnlace externo. “Probablemente ‘Alien’ nunca hubiera existido si no fuera por Mickey Mouse”, dice Affolter.

Un entusiasta de los dibujos animados podría pasar semanas enteras entre las rarezas y las colecciones del búnker de Affolter y del otro gran archivo, almacenado provisionalmente en un edificio vecino, en espera de que sea terminada una nueva biblioteca, actualmente en construcción, que albergará todo el tesoro en mejores y más visibles condiciones.

Invención suiza

El cómic fue “inventado” en Suiza a finales de la década de 1820. En Ginebra, para mayor precisión, por el pedagogo y político Rodolphe Töpffer. Sus satíricas “historias ilustradas” estaban destinadas, al principio, a entretener simplemente a sus amigos, J.W. Goethe entre ellos. El poeta alemán incitó a Töpffer a publicar sus diseños inventivos, otorgando una noble bendición “de padrino” a ese nuevo medio de comunicación.

Töpffer llegó lejos al idear algunos principios teóricos para las historias ilustradas, basados en el efecto de mezclar texto e ilustración: “Las imágenes, sin el texto, tendrían solamente un significado oscuro; el texto sin las ilustraciones no significaría nada”.

El formato pronto se hizo bastante popular, especialmente en Alemania, desde donde una próspera industria editorial de “historias ilustradas” emigró rápidamente a Estados Unidos. “El cómic moderno comenzó en Estados Unidos, en los periódicos populares de Hearst y Pulitzer, porque era la primera vez que millones de personas leían la misma historia en todo el país. Al día siguiente salía otra historia o una continuación de la del día anterior, y así sucesivamente”, dice Affolter. “Estos primeros cómics fueron un simple producto de consumo, mientras que lo que Töpffer hizo fue mucho más, un verdadero libro”.

La historia de los dibujos animados, sin embargo, es un poco más compleja. “Es como surgió la fotografía: podemos pensar que nosotros [los suizos] los inventamos, pero también sabemos que, al mismo tiempo, se estaban desarrollando en otros lugares, como Japón, por lo que es muy difícil decir que tal persona los inventó en tal fecha”, advierte Affolter.

Punto de retorno

Con más de 40 años dedicados a este medio, Affolter no puede dejar de ver el desarrollo de la historieta desde una perspectiva más amplia.

“Al principio, a fines del siglo pasado, se hicieron cómics para los proletarios. Y también fueron muy anarquistas. Los editores querían vender periódicos a personas que no tenían el hábito de leer. La versión moderna, tal como la conocemos hoy, comenzó en la década de 1960, cuando el cómic se hizo adulto”.

Pero en los tiempos de la radio, en los años 20 y 30, ya había historias que estaban dirigidas a adultos jóvenes, como Dick Tracy. Era entonces un medio que utilizaba imágenes, como lo haría más tarde la televisión, en las que la historia terminaba en suspenso y continuaba al día siguiente. “Es importante tener esto en cuenta porque se convirtió en un medio familiar que sentó las bases no sólo para los cómics modernos, sino también para las formas en que los medios masivos desarrollaron narrativas con un control sobre la audiencia”.

Cómics y “Röstigraben”

Las historietas en Suiza ya eran muy populares en la década de 1930, gracias a Globi, un personaje creado como elemento de marketing de las tiendas Globus, que todavía hoy es un éxito entre los niños. Pero en lo que concierne al segmento adulto, las diferencias entre las regiones suizas de habla francesa y alemana, comúnmente conocidas como “röstigraben”, pasan a un primer plano.

“La ‘Romandie’ [de expresión francesa] siempre estuvo influenciada por el estilo francés, y los dibujos animados franceses constituyen aún el mercado más grande de Europa y uno de los más importantes del mundo, junto con los de Estados Unidos y Japón”, subraya Cuno.

Pero ahora es una gran industria y muy internacional. Según Cuno, los “cómics suizos” como tales nunca existieron realmente, excepto un breve momento. Allá por los años 70, cuando comenzaron Derib, Cosey y Seppi. De alguna manera, lograron establecer un estilo suizo, diferente al parisino, en el sentido de que esos artistas fueron algunos de los primeros en hacer historias personales sobre cómo fueron como hippies a la India, por ejemplo. “Pero duró poco tiempo porque, antes que nada, en Suiza los cómics no existían realmente [como mercado]”.

Cuno considera realmente interesante lo que sucede ahora en Ginebra, donde muchos jóvenes realizan sus propias publicaciones y hacen fanzines, e incluso la Escuela de Arte de Ginebra inició un curso específicamente para historietas.

Cuno Affolter es el curador de la mayor colección de cómics en Suiza desde su búnker-oficina en la Biblioteca Municipal de Lausana. (Foto: Ester Unterfinger / Swissinfo.ch).

La Escuela de Zúrich

En el lado de habla alemana, sin embargo, la historia es completamente diferente. Históricamente, los suizos de esa región estuvieron muy influenciados por los dibujos animados alemanes hasta la primera mitad del siglo pasado. Los alemanes tenían una producción significativa que desapareció con la Guerra.

Mientras los franceses siguieron publicando sus dibujos durante la Ocupación, así como después de la guerra, los alemanes de la posguerra tenían problemas más apremiantes que atender. Pero cuando volvieron, las historietas alemanas llegaron con fuerza, anota Cuno. Comenta que esa nueva generación comenzó a dibujar sin ningún héroe y sin ningún maestro. Y esa libertad fue muy bienvenida.

Ese mismo pasado de “orfandad” dio un nuevo impulso a la escena de Zúrich que floreció a finales de los 70 y 80. Los “Zürchers” [zuriqueses] desarrollaron su arte sin miedo a los grandes nombres ni a las escuelas. Cuno recuerda que “en Francia simplemente no podían hacerlo, el peso de los maestros era demasiado grande. Nadie podía dibujar cómics sin conocer o relacionarse con Hergé, por ejemplo”.

La historieta suiza solía ser muy emocionante en Zúrich, debido en parte a revistas como Strapazin (que es aún una referencia importante), y los valientes esfuerzos de “Edition Moderne”, el único editor afianzado en Suiza, gracias también al mercado alemán. Pero Cuno lamenta que “ahora todas estas personas están envejeciendo, y aunque viene una nueva generación, los cómics hechos en Zúrich no resultan tan interesantes como antes, porque no hay demasiados jóvenes siguiéndolos. Pero eso refleja el estado del mercado. Simplemente hay demasiadas cosas aburridas”.

Sin embargo, el gran problema, asegura en referencia a la situación en la Suiza de expresión alemana, “es que tienen un mercado muy pequeño, apenas venden más de una o dos mil copias”. Y eso es algo que afecta a las historietas en todas partes, porque las impresiones se reducen. Los autores que solían vender 60 000 ejemplares hace unos años ahora venden 20 o 25 000. Y vivir con estas cifras no es fácil, asienta Cuno. “Cosey me dijo que su último libro vendió cerca de 25 000, lo que no es mucho para un autor bien establecido. Cada vez hay más libros en el mercado, pero no necesariamente más lectores”.

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